El pasado
día, uno de por ahí atrás, en el disfrute de una pitanza con desenfadados
comensales y de conversación banal, se le dio la vuelta a afirmación (que ya para Spinoza era el mismo): “… todo problema teológico es un problema político…”.
En un primer
momento, entre bocado y bocado, me
pareció carente de sentido para el panadero de mi misma calle (como ejemplo), ante temas de teología, sea del
carbonero o de Rhaner.
Pero … quizá
… y digo sólo quizá, que no.
Obviando la
circunstancia de no estar en la mesa el susodicho usado como hipótesis de
trabajo … empecemos por el final.
Planteemos:
Los poderes verdaderos de nuestro siglo son movimientos secularizados de la fe.
En ellos se combinan los ideales del
siglo XVIII con las masas, que por la misma
separación religiosa quedaron sin una identificación interna para constituir una acción
histórica.
Paso de citar
zarandajas de la aberración de la Revolución Francesa y derivas
deshumanizadoras (yo diría desacralizadoras, con la de penuria de la condición
humana que conlleva).
Y es que
considerar las corrientes actuales como el racional derivar
de intereses de clases (por ejemplo), o la ciega (no tanto) puesta juego
de intereses económicos … no es más que un craso error.
Este
pensamiento (más bien creencia) es sólo el enaltecimiento irracional de un
valor terrenal. Su misma génesis nos muestra que se trata de un puro acto de
fe, en la medida que su aceptación va unida al distanciamiento de la Fe. En el
movimiento de las masas se produce un proceso espiritual, fuera de toda
explicación interpretativa desde la función estratificada de la sociedad y sus
tensiones, ya que la acuñación de formas de fe, demuestra que la Historia sólo
se puede comprender desde su historia espiritual precedente, que la guía sin
remedio baja esas mismas formas, esta vez, puramente materiales.
Esta
cosmovisión sólo puede ser deducida bajo
la contemplación que incluya en el
ámbito de lo espiritual también la consideración de la importancia de la relación transcendente del hombre.
Aquello que
en estos siglos recientes motivó a
amplias capas a coger
las nuevas formas espirituales
y finalmente a llegar a identificarse con ellas, no son sus intereses
creados, sino las concordancias con su destino espiritual.
Así se nos
aparece la historia presente (sin
incongruencia) como una secuencia de movimientos confesionales secularizados, cuyas ideas nacieron de la destrucción de la fe eclesiástica en el
siglo XVIII y se extendieron a las
grandes masas que habían perdido su fe (crisis que no cabe mencionar). La
inquietud con que un ídolo sucede a otro a
una velocidad vertiginosa y con
consiguiente agotamiento de sus reservas espirituales, es el destino inexorable
de metafísicas sustitutas y particulares.
Y continuamos
comiendo.